10.30.2008

Sistema Inmune

El sistema inmune está formado por un conjunto de células, estructuras y órganos (llamados órganos linfoides) cuya función fundamental es defender al organismo humano contra agentes biológicos patógenos (capaces de causar enfermedades): bacterias, hongos, parásitos y virus. También protege al individuo contra células del propio cuerpo infectadas por virus o que han sufrido una transformación maligna (cáncer). Su importancia en la adaptación al ambiente se nota por las graves consecuencias de sus deficiencias.
Para cumplir su cometido, las células componentes del sistema inmune deben distinguir entre células propias normales, cuya integridad debe preservarse, y células propias anormales y patógenos, que deben destruirse. La distinción es química, ya que las células normales presentan en su membrana plasmática moléculas características, diferentes de las presentes en células anormales o en la superficie de los patógenos. El sistema inmune debe atacar selectivamente los agentes patógenos y las células propias anormales, respetando la integridad de las células normales (“lo propio”) y evitando asimismo reaccionar contra agentes ajenos al organismo pero incapaces de causar enfermedad.
Una respuesta inmune útil implica la integración de múltiples señales positivas y negativas que afectan las células participantes. Cuando predominan las señales positivas, la activación y la respuesta inflamatoria permite eliminar los patógenos agresores. Cuando prevalecen las señales negativas, la activación celular es suprimida y no hay inflamación (estado de tolerancia inmunológica). El equilibrio entre señales positivas y negativas es dinámico y requiere ajustes finos.
En forma amplia, el sistema inmune constituye, junto con los sistemas nervioso y endocrino, un órgano de comunicación entre diferentes clases de células (no solamente las propias del sistema inmune). Esta comunicación se realiza por señales químicas solubles de diferente clase y por contactos entre célula y célula. Ambos activan cascadas de señalización intracelular que modifica la función de la célula blanco.

Barreras mecánicas y químicas
La epidermis y los epitelios simples que tapizan los órganos huecos son primera línea de defensa contra el ingreso de agentes patógenos al organismo. En la piel, la mucosa oral y esofágica, la vagina y el intestino distal existen bacterias que forman parte de la flora microbiana normal e inhiben la proliferación de agentes patógenos. Diversas sustancias químicas presentes en estas barreras son protectoras: Lisozima y lactoferrina en muchas secreciones, espermita en el semen, Hcl gástrico, ácidos grasos en la piel.
En ausencia de lesiones, el epitelio pavimentoso estratificado y queratinizado de la piel es una excelente barrera contra agentes patógenos. Los epitelios simples o pseudoestratificados que recubren la mayor parte de las vísceras huecas son más vulnerables. Este problema es en gran medida compensado por la existencia de abundantes células del sistema inmune en la mucosa de las vías respiratorias y del intestino, llamadas en conjunto tejido linfoide asociado a mucosas (MALT por la sigla en inglés, como las demás siglas empleadas aquí). Estos epitelios también secretan mucus, que constituye una barrera adicional y, en el caso de las vías respiratorias, las células ciliadas propulsan hacia el exterior el mucus, al cual se adhieren los microorganismos que se han inhalado (depuración mucociliar).

Inmunidad innata y adaptativa
Frente al ingreso de un agente patógeno existen mecanismos de defensa que existen desde el nacimiento. Por ello se llaman en conjunto inmunidad innata, a veces denominada “natural” (espontánea) o inespecífica porque produce una respuesta defensiva estereotipada contra una gran variedad de patógenos.
En contraste, hay otro conjunto de mecanismos que se activan frente a un patógeno determinado y generan respuestas específicas para éste, y corresponde a la inmunidad adaptativa. Le permite al individuo adaptarse a su ambiente al generar respuestas que no sólo son específicas para los patógenos que encuentra, sino también duraderas. Esto significa que, frente a una nueva exposición al mismo patógeno, la respuesta inmune será más rápida y eficaz (memoria inmunológica).
En el organismo, la inmunidad innata y la adaptativa son complementarias e implementan respuestas conjuntas integrales contra los patógenos. Además existen múltiples interrelaciones entre ambas ramas del sistema inmune. Cada una de ellas consta de ciertas células, receptores de membrana y mediadores solubles característicos.

Citokinas

La comunicación de las células del sistema inmune entre sí y con otras células (por ejemplo fibroblastos y células endoteliales) se lleva a cabo mediante contactos de célula a célula, o mediante factores solubles. Entre estos últimos se destacan un amplio conjunto de péptidos y proteínas llamados citokinas (citocinas). En lo que sigue sólo se mencionarán algunas.
Las citokinas regulan el crecimiento, desarrollo y actividad de las células inmunes (entre otras) y la respuesta inflamatoria. Como las hormonas clásicas, se caracterizan por actuar sobre células que poseen receptores específicos para cada una. El repertorio de receptores de cada célula determina su capacidad de respuesta a diversas citokinas.
Las funciones de las citokinas en la inmunidad pueden resumirse como sigue:
  1. Regulación del crecimiento y la diferenciación de los leucocitos. Por ejemplo, GM-CSF, interleukina 3 (IL-3) e IL-7 (ver hemopoyesis).
  2. Regulación de la respuesta inmune. Intervienen en la activación, crecimiento y diferenciación de linfocitos y monocitos. Por ejemplo, IL-2 e IL-4, factor de crecimiento transformador beta (TGF) e interferón gamma (IFN).
  3. Regulación de la respuesta inflamatoria. Existen citokinas pro-inflamatorias como IL-1, IL-6 y factor de necrosis tumoral alfa (TNF), y antiinflamatorias como IL-4 e IL-10.

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